A solas con el Miedo… dejar de pensar para sentir
El secreto de permanecer quieto cuando no hay elección
En donde quiera que estemos, en cualquier circunstancia que se nos presente, tenemos la posibilidad de conectar con el poder de nuestra fuerza interior. El momento preciso en el que sentimos la cumbre del miedo, la ansiedad punzante o la mayor incertidumbre, puede ser justo el momento en que -permaneciendo quietos- nos abramos a un descubrimiento transformador. ¿Cómo sabremos reconocer esa señal… mantener esa intención, para que emerjan nuestras cualidades innatas y seamos capaces de transformar nuestro entorno en un ámbito de compasión y bondad para con nosotros y toda la naturaleza…?
Un amigo me contó de su encuentro con un oso en un bosque de Alaska. Cuando ocurrió este episodio era un chico delgado y larguirucho de 16 años y estaba acampando solo. Ni un ser humano en kilómetros a la redonda. De pronto apareció el oso, un ejemplar enorme que se aproximó hasta detenerse unos pocos metros frente a él. El chico se mantuvo sin moverse y observó cómo el animal se levantaba sobre sus patas traseras en posición de evidente amenaza. Conservando la calma mi amigo le habló. Con parsimonia le dijo que él estaba allí tranquilo y que no tenía intención de atacarlo, que siguiera su camino en paz. Mientras le hablaba el oso sacudía la cabeza con furia y de sus fauces abiertas salían colgajos de saliva disparados hacia los lados. Mi amigo permaneció impasible frente al animal hasta que finalmente el animal dio media vuelta… y se fue.
En la inédita soledad de esta cuarentena, solos en nuestro hogar hemos visto aparecer en la sala, detrás de la puerta o al encontrar nuestro rostro en el espejo, el oso agigantado de nuestra angustia y temor. Incluso estando rodeados de personas en nuestro confinamiento, aparece de improviso a despertarnos puntualmente a la misma hora en plena madrugada. La reacción habitual es huir, anestesiar nuestros sentidos, levantar urgentes argumentos desde nuestra racionalidad para que tomemos el control erigiendo inútiles defensas ante la temible criatura que hemos creado. ¿Y cómo no hacerlo? si es tan “real” esa amenaza que se levanta. ¿Acaso hay una opción frente a la furia de esas fauces centellantes …?
¿Somos UNO con la Experiencia…?
Tradiciones de sabiduría ancestral y también renovadas corrientes desde la ciencia parecen coincidir en que la vida es una experiencia subjetiva donde el sujeto que percibe y la experiencia percibida no son entes separados. Surge la pregunta: entonces. ¿somos capaces de crear nuestra realidad?
Pensemos por un momento que cada persona crea -sin advertirlo- su propio diseño interior para aprender y entonces, la realidad corporiza y manifiesta ese diseño. Es como estar mirando a través de un caleidoscopio y en cada vuelta las mismas piezas se mueven: sensaciones, pensamientos y emociones, reorganizándose para proyectar diseños diferentes.
Más allá, sin embargo, pulsa una presencia que nos es común a todo los seres, la LUZ que las hace visibles. Entretenidos en la ilusión no nos percatamos que esa luz es la CONCIENCIA inherente a nuestro ser real, con su respiración y sus poderes infinitos a nuestra disposición: creación, bondad, compasión, fortaleza, esperanza, ecuanimidad.
El chico de la historia tuvo una infancia como la de cualquier niño en su entorno familiar y escolar. Lo distinguía la libertad que le daban sus padres para vivir su empeño en explorar la naturaleza. Todo niño y todo ser vivo lo moviliza ese deseo y requiere de la autonomía para experimentarlo por sí solo. Es nuestro derecho inalienable. Como niños, la curiosidad y el asombro nos llevan de la mano de nuestros sentidos y nos movemos en la experiencia como peces en el agua. SENTIMOS LA VIDA. Así y solo así percibimos sus patrones esenciales, su orden universal, el origen de su dinámica de intercambio.
¿Qué tiene este adolescente inerme y solitario para ofrecernos…? ¿Por qué él? ¿Acaso es poseedor de algún secreto…?
Sin palabras hizo a solas su iniciación, con asombro, con ternura, con gozo. ¿A cuántos chicos les permitimos hacerlo?… como el cachorro hacia su entorno, como el brote tierno saliendo al sol, recibiendo la lluvia, la sequía o la tormenta. Aprendió a contemplar sin intervenir, sin oponerse, observando cómo la conciencia trascendente que anima la vida se hace cargo. Los niños, las plantas, los animales -a los que ha dejado intactos esta pandemia– están atentos al PRESENTE. Sienten esa pulsión y confiados experimentan la activación de sus cualidades: la intuición, la alegría, la autorealización. Como cuando meditamos.
¿Qué nos deja el chiquillo frente al oso…? Los ojos en los ojos, dejarse sumergir en la quietud donde el tiempo se ralentiza. Sostenerse en el vacío de intención para sentir cómo se expande en plano abierto la conciencia interior. A ella se entrega, mira… y más allá de las pupilas, recibe en vuelo grácil las señales de su intuición guiándolo a lo que sigue. Habla, y su voz es vibración que sintoniza, ofrenda y hace sinapsis con el dolor. El suyo, el del oso, no importa. Todo en segundos… o en siglos
Reestableciendo la conexión
Ningun esfuerzo es necesario para recuperar la conexion con nuestra conciencia trascendente. Siempre ha estado alli. Es cuestión de hacer una pausa, reconocer su pulsación y abrirnos a ella. Deponemos armas, no más lucha. Respiramos, no se PIENSA la vida, volvemos a SENTIRLA y regresamos como peces liberados al océano de nuestras infinitas posibilidades
Invertir el proceso: Inhalar miedo, exhalar amor
Y cuando el miedo toque a la puerta, reconoceremos el llamado y el impulso habitual de huir ante lo desagradable, habrá desaparecido. Desde nuestro punto más vulnerable, ese al que nos hemos entregado emerge la certidumbre de nuestra serena fortaleza y el poder de la esperanza para iluminarnos en empatía y compasión. En su presencia abrimos y damos la bienvenida a la experiencia presente, cualquiera que sea.
Ese es el secreto del cultivo de la quietud.