La dictadura de los pajaritos preñados, ¿el nuevo Zeitgeist?
Mucha gente, al menos en el ámbito de las terapias de “autoayuda” (lo que sea que eso signifique), habla siempre acerca de lo positivo, de la importancia de incrementar la autoestima, del amor propio, de lograr ser la “mejor versión de ti mismo”. Es una exhortación permanente a creer en pajaritos preñados que supuestamente van a cambiar tu vida para mejor.
Desde que está de moda la psicología positiva, con su mandato de optimismo desenfrenado, motivación sin límite y positivismo permanente, nos han venido metiendo por el cogote ideas como: “lo que pasa siempre es lo mejor”, “mira siempre el lado positivo”, “todo es una oportunidad para aprender”, “si te lo propones puedes lograr cualquier cosa” y un larguísimo etcétera de frases vacías, copiadas mil veces y emitidas para salir del paso, para no enfrentar la realidad de lo que hay. Tan es así que esta actitud, supuestamente “positiva”, se ha convertido en parte fundamental de nuestro Zeitgeist.
Para mí todo eso es paja. No la paja peruana, que significa que algo es chévere, ni la paja argentina, que significa que algo es fastidioso, sino la paja venezolana, que significa que algo es vacuo, que es una tontería. Sin embargo, que esto sea paja no significa que creer en estos pajaritos preñados no sea profundamente pernicioso para la psique humana.
Lo que pasa no siempre es lo mejor. Pregúntaselo a las millones de personas desplazadas a la fuerza de Siria, Venezuela y Ucrania en los últimos años. Lo que pasa es lo que pasa, ni más ni menos, y hay que verlo, tal cual es, y aprender a lidiar con ello.
Muchas situaciones no tienen un “lado positivo”. Hay que reconocer cuando algo es duro y difícil, y punto. De poco o nada sirve edulcorar las cosas con unicornios de colores para evitar el amargo sabor subyacente.
Y, aunque te lo propongas, hay muchas cosas en la vida que no vas a lograr, nunca, por más que te esfuerces. Sostener lo contrario es, justamente, creer en pajaritos preñados y con ello crear el nido perfecto para que crezcan la frustración, la culpa y el desaliento.
Nuestro trabajo, en la Eficiencia Emocional, es ponerle el espejo a los pajaritos para que vean que no están preñados y puedan dedicarse a lo suyo, que es poner huevos. O, dicho de otra forma, nuestro trabajo es sostener un espejo para que la gente se vea mejor.
Para que se dé cuenta de que fracasa. De que le duele. De que la vida le da rabia e indignación, y con razón. Para que pueda ver toda su mierda y, por supuesto, toda su extraordinaria belleza, también. Porque, cuando somos presos políticos en la dictadura de lo positivo, ni siquiera logramos ver ni disfrutar de lo realmente positivo cuando se presenta, ya que siempre queda algo por mejorar o perfeccionar.
Los seres humanos somos fantásticos. Fantásticos en nuestra capacidad para soñar, para crear, para disfrutar. Y fantásticos en nuestra capacidad para auto-engañarnos, sobre todo cuando perseguimos ideales inalcanzables de perfección positivista que nos vuelve ciegos ante lo que hay.
Ver lo que hay es un acto de valentía. Ver lo que hay es un acto sagrado. Atreverse a ver la realidad es un profundo acto de rebeldía frente a un status quo que prefiere apaciguarnos con embarazos psicológicos de pajaritos de fantasía.
Eficiencia Emocional significa ver lo que hay. Los sentimientos que hay. Las necesidades que hay. Los condicionamientos que hay y de los cuales estas necesidades y sentimientos, a su vez, se desarrollan. Eso es todo.